TODO COMENZÓ EN UN PUEBLO DE LA PAZ

TODO COMENZÓ EN UN PUEBLO DE LA PAZ

1
Los policías llegaron con estrépito y la noche se iluminó de pronto con los gritos de los pobladores. Los dos tipos recostados en la tierra parecían estar muertos; pero la marea de confusión y de alaridos los hizo parecer dos bultos que pronto irían a unirse a la madre tierra.
Uno de los policías bajó del coche patrulla y disparó hacia el cielo. Los pobladores se esfumaron hacia sus casas. Uno de los tipos recostados se estremeció, o pareció estremecerse, pues el polvo producido por las pisadas atropelladas de los pocos niños del lugar ocultó, por un momento, la escena.
El segundo policía de los restantes que todavía estaban adentro gritó algo como una amenaza: los pocos pobladores que quedaron, asomaron sus cabezas mostrando sus rostros iracundos y temerosos; el segundo policía disparó también hacia el cielo. Los rostros desaparecieron, mientras los dos cuerpos yacían inmóviles, ambos boca abajo, y en ese instante, sí parecían haber dejado de existir.
El primer policía se acercó para revisar uno de los cuerpos, el segundo policía mantuvo distancia, a la vez de ordenar a los otros cinco salir inmediatamente del coche patrulla. Ya no había más pobladores por el lugar, sólo el inquieto silencio desde sus casuchas de adobe y paja.
Cuatro de los cinco policías salieron del coche patrulla. Uno se quedó manteniendo el motor encendido y tomó su arma que lanzaba gases lacrimógenos. La preparó.
El primer policía rodeó el cuerpo carbonizado de la primera víctima. Sujetó uno de sus hombros para darle la vuelta, y aunque seguía humeando, estaba frío. El segundo policía llegó hasta el otro cuerpo e hizo lo mismo. El primer cuerpo estaba realmente muerto; el segundo, no tan carbonizado como el primero, también parecía estarlo, salvo el hecho de que tenía los ojos abiertos y no tenía en su rostro muestras de haber pasado por una situación dolorosa.



Ambos estaban atados por alambres de púas. Gruesos y acerados alambres de púas rodeando sus muñecas y talones. Eran turistas.
El primer policía miró al segundo y éste a los demás policías que se acercaban, atentos hacia sus alrededores por si había algún peligro.
Los pobladores de la comunidad, que habían estado insistiendo durante tres días a la policía de la ciudad de La Paz para que encarcelaran a los dos extraños, optó por hacer justicia por cuenta propia; no obstante: ¿esto era justicia?; ¿a medianoche?; ¿sin otros anuncios?...
El primer policía revisó los bolsillos desnudos (no se veía la tela exterior, sino la de los bolsillos, muy pegada a los muslos) del segundo cuerpo, el menos carbonizado: no había pasaportes, ni otro indicio. De seguro les habían rastrillado todo antes de ejercer su decisión. El segundo policía revisó también la carne de aquel cuerpo, sonrosada por las llamas, y gritó a las casuchas de que iban a investigar lo ocurrido, y que nadie podría escapar de la justicia verdadera.
Uno de los cuatro policías se acercó y trató de sugerir al primer policía que llamase a otra patrulla para recoger ambos cuerpos; pero el primer policía negó con la cabeza al momento de acercar la oreja derecha hasta los labios del segundo cuerpo y apoyar la mano izquierda al pecho del mismo. El segundo policía revisó el primer cuerpo, e imitó al primer policía.
El primer policía se sobresaltó al sentir los latidos del segundo cuerpo y ordenó a los tres policías, que mantenían distancia oteando los alrededores, que trajeran algunas lonas que estaban guardadas en la parte trasera del coche patrulla, puesto que el segundo cuerpo todavía respiraba. Los tres policías fueron a traer las lonas. El policía que sugirió refuerzos (en este caso, el tercer policía), distinguió una docena de siluetas saliendo de las casuchas de la comunidad. Llevaban palos y cuchillos.
El policía – chofer salió del coche a la orden del tercer policía de gasificar al grupo de siluetas hostiles. Lo hizo con una granada triple expansible de gas.
Los tres policías llevaron las lonas y junto con el primer y segundo policía cargaron los cuerpos de forma separada. El tercer policía se quedó a disparar hacia el cielo. Los pobladores no escaparon. Las piedras volaron. Las piedras chocaron contra la cabeza y el rostro del tercer policía. La sangre le emergió en un torrente oscuro. El policía – chofer disparó las granadas a discreción; la gente por fin se replegó.
El segundo y el primer policía retornaron para arrastrar al tercero. Las piedras, lanzadas por las ondas desde detrás de las casuchas, les dieron de lleno. No les hirieron de gravedad, aunque la sangre de igual manera brotó de sus cabezas y de sus rostros.
El coche patrulla se llenó con rapidez, y los gritos de que el policía – chofer se apurara inundaron por un instante el silencio de la puna. Los pobladores reventaron los faroles traseros del coche patrulla mientras éste se alejaba, y cuando lo hizo, el silencio volvió a cubrir con su manto pesado y frío a la comunidad.

2
El primer policía revisó al tercero y al hacerlo notó que éste sí parecía estar muerto; aunque respiraba, ciertamente. Su ojo derecho reventado igual que los faroles traseros del coche patrulla le irritó mucho, porque sólo habían llegado allí por órdenes superiores que se basaron en un supuesto informante que les había asegurado que lincharían a los dos turistas por razones todavía desconocidas. Era el colmo: un rumor, por más cierto que fuera, necesitaba de más detalles. Esos policías bien armados hubieran sido suficientes; pero no lo fueron después de haber llegado tarde, y eso que la comunidad estaba alejada de la ciudad a lo mucho por una hora y media, recorridas en coche.
Después de la orden (un poco descabellada, puesto que era sábado y eran las diez y media de la noche cuando partieron), todos los policías sabían que los operativos de tal magnitud tenían su riesgo; quizá el informante (de seguro alguien de la comunidad, o un campesino de una comunidad vecina), que había anunciado los linchamientos planificados por la comunidad para ese domingo por la mañana, no sabía que lo habían descubierto, y por eso se adelantaron las ejecuciones; al fin y al cabo, no habían llegado tan tarde: el segundo cuerpo del turista seguía con vida.
Quedaba sólo una duda: ¿quién había descubierto al informante?
El segundo policía tenía la ceja izquierda abierta y la sangre ya no le manaba; el dolor era indescriptible, pues los residentes hostiles habían barnizado a las piedras filosas con una especie de sabia picante que ardía como fuego. El primer policía preguntó si alguien más estaba herido aparte del tercero, y los policías restantes dijeron que no.
Pararon luego de media hora de viaje. Estaban por llegar a la periferia de El Alto; aún así, todo seguía oscuro. Bajaron porque el coche patrulla estaba infestado del olor acre de la carne quemada.
Cargaron el cuerpo muerto y lo hicieron recostar sobre el suelo. Coches pasaban cada treinta segundos, e incluso así, la oscuridad prevalecía. Luego, hicieron campo en los asientos traseros del coche patrulla para revisar mejor al turista que parecía no respirar y al tercer policía herido. El segundo policía, a pesar de la hinchazón de su ceja abierta, quiso ayudar, y fue el primero en notar que el olor fétido de carne muerta y quemada salía del cuerpo vivo. Se acercaron a éste el primer policía, el segundo y un policía más del resto.
El cuerpo vivo aunque fétido levantó el tronco y mostró su rostro sonriente.
Tomó con sus manos (que se deshicieron como si fueran de barro, dejando salir de éstas, dos garras visibles que crecían en magnitud, como si un cuerpo rebalsara de otro cuerpo más pequeño), al policía del resto y al segundo, y acto seguido, hundió sus garras en los cráneos de los infortunados, que dejaron de existir sin gritar siquiera.
El primer policía retrocedió hasta caer al piso, porque el portón trasero del coche patrulla estaba abierto. Los tres policías restantes, incluido el policía – chofer que contemplaba el cuerpo carbonizado, giraron para encontrarse con el primer policía gritando que lo ayudaran; pero sólo distinguieron una garra de tres dedos toscos salir del interior del coche patrulla para sujetar de la cintura al primer policía, que emitió un grito agudo antes del ruido tosco de huesos al romperse cuando las garras lo atrajeron hacia sí. Un coche pasó, indiferente. Acto seguido, la cabeza del tercer policía salió disparada, junto con su columna vertebral colgándole como la cuerda de un papagayo. El sonido de huesos al quebrarse se incrementó. Otro coche pasó, también indiferente.
Los tres policías restantes alistaron sus armas y se plantaron frente al portón trasero del coche patrulla, todos a punto de disparar a discreción.
Pero notaron, horrorizados, que el cuerpo carbonizado del turista muerto de verdad, se había levantado, y ahora los contemplaba con una mirada asesina y una sonrisa forzada.
Se les aproximó.
A lo lejos, muchas casuchas de adobe y de paja, de ladrillos y de calaminas de una población más urbanizada que la anterior, encendieron sus luces antes de salir a ver qué ocurría.

3
El teléfono sonó y el policía, que atendía las llamadas desde el comando policial de la ciudad de La Paz, contestó.
Luego de unos momentos sonrió con incredulidad. Colgó. Al minuto y medio de colgar, llamó a uno de sus colegas y le contó la nueva: que una población cercana necesitaba ayuda de la policía urbana para apresar a tres policías que estaban a punto de ser linchados por los vecinos.

4
El Mallku de la comunidad ordenó que todos salieran de las casuchas. El olor del gas lacrimógeno se había disipado.
Todos se reunieron alrededor del lugar donde habían tratado de quemar a esas cosas.
Platicaron qué debían hacer, y el Mallku planteó una solución: quemar por fin toda la cápsula de metal que había aterrizado del cielo cuatro días atrás.
Todos estuvieron de acuerdo, aunque reprocharon al Mallku por haber informado a la policía de la ciudad sobre ellos y haber pedido ayuda, incluso después del trágico suceso de esa noche; pero ya todo había sucedido.
Enterraron a sus veinte muertos.
Alistaron las antorchas una vez más.
Mientras tanto, en el cielo, miles de estrellas fugaces en forma de cápsulas de metal cayeron dispersas por todo el mundo.



Edición (Kahrisiri)

"Supay"

¿Este hecho paso en realidad? saquenme de esta duda.

NO PASÓ, PERO SI SE HAN DADO SITUACIONES PARECIDAS EN PERÚ, CUANDO SE LINCHABAN A EXTRAÑOS PORQUE LES RECORDABAN A TERRORISTAS DE SENDERO LUMINOSO; LEE SI PUEDES LA NOVELA DE RONCAGLIOLO "ABRIL ROJO". ALLÍ SE RELATA QUE HABÍAN MATADO CERCA DE 23 PERSONAS EN UNA POBLACIÓN RURAL PORQUE EL MIEDO ERA EXTREMO; AHORA, EN EL ÁREA RURAL SE PUEDE APRECIAR QUE EXISTE RETICENCIA O CELO CUANDO UNO ES UN EXTRAÑO; PERO SÓLO ES CUESTIÓN DE TIEMPO PARA QUE TE TRATEN BIEN, A LOS QUE TRATAN MAL, SON A EXTRAÑOS QUE ASESINAN PERSONAS DE LA MISMA COMUNIDAD, POR EJEMPLO, EN EL RELATO DE JAIME SÁENZ "SANTIAGO DE MACHACA", LA POBLACIÓN DE JESÚS DE MACHACA QUERÍA MATAR A UN CUATE POR DESENTERRAR CADÁVERES Y EXPONERLOS EN LAS PLAZAS, PRECISAMENTE EL TAL SANTIAGO, QUE ERA UN TERRIBLE PERSONAJE.
APRECIO QUE PAREZCA ALGO REAL, PRONTO OS ENVIARÉ OTRAS COSILLAS.
Y PERDÓN POR LO EXTENSO, ES QUE ES UN CUENTO PARA LEERLO CON TIEMPO, TRATARÉ DE SER MÁS BREVE LA PRÓXIMA.